lunes, 31 de marzo de 2008

rituales eternos


Otra vez la noche profunda, densa, gimiente. Las sirenas agitan sus cabelleras, silban y, a estas horas, vuelan alto como las grullas yendo hacia el norte.
No quieren ser alcanzadas porque todo su amor está en el vuelo, copulan en el viento sin detenerse.
Queremos llegar hasta ellas pero no podemos volar tan alto. Copulamos sin detenernos creyendo que eso es lo que quieren los dioses.
Pero los dioses son caprichosos, como nuestros deseos. Eso simplifica nuestra relación con ellos: nunca podremos saber lo que quieren. No podemos saber cuáles serán nuestros caprichos.
Y con los suyos, nos aprisionan. Cuando lo desean, llueven sobre nuestra piel como pétalos dorados o nos secuestran haciéndonos creer que necesitan de nuestro auxilio.
Sus ojos y sus fragancias nos enamoran. Creemos en su inocencia y a ellos sucumbimos, dispuestos a que beban nuestra sangre. En sus labios nos sentimos inmortales para morir al instante, felices.
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